Estimados visitantes de este blog, comparto este relato titulado "Biblioteca" que es mi homenaje a un escritor extraordinario: Ray Bradbury. Él es uno de los referentes más importantes del género de ciencia ficción con novelas fascinantes como Fahrenheit 451. Comparto, primero, una reseña filosófica del cuento y las primeras líneas del mismo (Al final aparece un enlace para leer el texto completo en versión pdf). Este relato ha obtenido una mención honrosa en el II Concurso Internacional de Cuentos Filosóficos en la ciudad de Bogotá (Colombia).
El presente relato se titula
“Biblioteca” y es un homenaje al libro Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
En dicha novela se busca crear un mundo distópico en que los libros están
prohibidos ya que, según el Gobierno, estos generan insatisfacción e
infelicidad en hombres y mujeres, así como también discordia y sufrimiento. La
explicación filosófica del relato se fundamenta en explorar nuevamente lo que
entendemos por “naturaleza” humana y los rasgos que le son constitutivos. Un
aspecto del hombre, que han resaltado filósofos como George Bataille o
escritores como Mario Vargas Llosa, es la inconformidad y la insatisfacción frente
a la vida. El relato busca, del mismo modo, cuestionar la idea de una
resistencia dogmática o rebeldía estática en la que los libros deben ser
protegidos a toda costa a través de una memoria inamovible en la que el saber
debe mantenerse invariable. Lo que se busca defender, por el contrario, es la
idea del hombre como búsqueda, incompletud e insatisfacción que lo empuja a
explorar diversas formas de ser.
Es importante considerar en el
relato que la verdad que logra alcanzar el protagonista es aquella de la que
habla Heidegger en el sentido griego de apertura, descubrimiento o
desocultamiento (aletheia), es decir, que la verdad no es un punto fijo,
sino un punto de inicio para que afloren otras certezas acerca de la vida y de
su propio discurrir. La relación con el libro no puede ser, por tanto, cerrada
o sectaria; se trata de leer al hombre a través de un libro y que éste responda
a su naturaleza renovadora y cambiante en la que muchas veces debe negar para
afirmar, destruir para erigir, quemar para que actuar nuevamente con el fuego
creativo del hombre.
“Consumirse en el río de la vida
/ por el fuego de los actos”, dice una parte del cuento recreando lo que dice
Heráclito en sus aforismos.
Por último, debemos considerar en
el cuento que la memoria como una de las formas de conocimiento se asume aquí
como una facultad humana que revela la naturaleza re-creativa del hombre. La
memoria responde al acto dinámico de recordar para olvidar y viceversa. Esta facultad
constituye uno de los ingredientes, junto con la imaginación y el raciocinio,
para crear conocimiento humano. El relato quiere resaltar así el horizonte
abierto de nuestra propia existencia.
BIBLIOTECA
(post scríptum a Fahrenheit 451)
Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo.
Umberto Eco, El nombre de la rosa
¿Qué emperador chino fue el que destruyó el alfabeto y todas las huellas de la escritura? ¿No fue Eróstrato el que incendió la biblioteca de Alejandría? Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero.
Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas
El universo (que otros llaman la Biblioteca)
Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel
I
La quema de libros fue total.
Solo quedaron mis amigos, los homéridas del nuevo siglo, cuyas vidas se definen ahora en el acto prudente de alejarse a toda costa de las bibliotecas que se conservan aún como piezas de museo. Es peligroso para nosotros, los hombres-libro, recorrer sus estantes y fijar la mirada en algún volumen: podría ser el libro que hemos jurado conservar. La conmoción sería radicalmente comprometedora para poder disimularla y es la razón principal para que las bibliotecas se conserven aún por voluntad de nuestros enemigos, los esbirros protectores de este mundo feliz regentado por el Estado. Debemos tomar distancia de aquellos santuarios de delación para no convertir aquel libro en un espejo. Tenemos que ocultar incansablemente esa filiación, ese vínculo. Conjurar para siempre la inevitable fascinación de leer sus páginas, de verse y leerse a uno mismo en las líneas impresas de la memoria.
Pero no puedo. Estoy aquí y necesito explicar qué me trajo a este lugar.
Es una locura maravillosa ingresar a esta sombría Biblioteca. Muchas veces escuché a mis compañeros hablar con gozo de las grandes bibliotecas del mundo que, sepultadas aún en el polvo del saber, se encadenaron para siempre a otras miles que las precedieron o sucedieron. Observo, absorto, los cientos de volúmenes que ocupan este lugar como emblemas anacrónicos de una cultura ya extinta desde hace siglos. Reconozco en esos libros aplastados por las cenizas todas aquellas voluntades que, como en el pasado, se han propuesto conservar lo que está escrito en ese gran Libro que es la memoria humana, mientras se ocultan y huyen una y otra vez.
Esa es la labor de mis hermanos a quienes hoy traicionaré.
Todos saben que ingresar aquí es una trampa o, mejor dicho, un acto de deslealtad suicida; sin embargo, no puedo huir más tiempo como mis amigos y como los que nos antecedieron. Necesito leer ahora el libro que decidí conservar desde que lo escuché de labios y ojos de mi padre. Por él me convertí en un hombre-libro y juré que ese libro jamás se perdería. No obstante, tanto la esperanza como la fe de mi juramento se han empantanado en la duda. ¿El libro existe? ¿Existió en la memoria de mi padre? ¿Dejó de existir en la mía? Necesito saber si ese libro tuvo arraigo en lo real, si existió, si fue realmente un volumen carcomido por el tiempo, tan inconmovible como eterno para el que lo escribió y para los que lo leyeron durante décadas. ¿Será acaso una simple elaboración mental aprendida por mí desde los recuerdos de mi padre como un hito difuso de nuestra pálida memoria? ¿Lo encontraré aquí?
Sé que todo terminará en este majestuoso lugar, santuario carcomido y deshojado, porque mis enemigos estarán siempre listos para aniquilarme, para revelarme que mi búsqueda fue inútil o, peor, para que reconozca que mi lucha y la de mis hermanos no tuvo sentido.
No lo sabré hasta que lo encuentre. La Biblioteca es ahora un laberinto de páginas perdidas que se erige ante mí con sus infinitos pasadizos circulares y sus estantes innumerables. Son las circunvoluciones de una insondable memoria. No debo detenerme frente a los peligros; sé que la búsqueda me consumirá y se extenderá más allá de mi propia existencia. Pero no puedo desistir.
Necesito aproximarme a lo que realmente importa, a lo que finalmente importa para morir.
Debo quemar el libro para ser un hombre.
Debo quemar al hombre para ser el libro.
Contemplarme mientras me veo arder.
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