viernes, 31 de agosto de 2012

El Príncipe de Maquiavelo


Alex Romero Meza

Resumen

El príncipe de Nicolás Maquiavelo (De principatibus) es un tratado político cuya finalidad es discurrir y formular las reglas sobre el arte de gobernar y es, por su carácter metodológico y normativo, en un estilo sobrio y directo, una obra de divulgación “científica”. Su autor, aunque posteriormente a la primera redacción, dedica su opúsculo a su Magnificencia Lorenzo de Médicis con el deseo de que él, con sus cualidades y las ideas que a lo largo de una vida ha podido conseguir, encarne el verdadero Estado italiano que unifique los intereses nacionales contra los “bárbaros”.

La obra consta de veintiséis capítulos que sintetizan las experiencias de los reinos antiguos (el Imperio Romano) y modernos (los principados europeos en su historia reciente) en un cúmulo de consejos y normas de acción que, desligada por completo del ámbito de la moral, sirven para adquirir, mantener  y fortalecer el gobierno de una provincia o ciudad, y cuya validez reside en los ejemplos positivos y negativos de los grandes hombres a lo largo de la historia.

A. Primera parte: Clases de principado, formas de gobierno y el sistema de mantenerlos.

En esta primera parte de El príncipe, el autor declara su interés de estudiar exclusivamente los principados y, por tanto, no abordar otras formas de gobierno como sería el caso de las repúblicas. Distingue en un primer momento dos clases de principado: los hereditarios y los adquiridos. Los primeros no muestran grandes dificultades en su conservación o su reconquista pues depende solamente que el príncipe pueda dar continuidad al orden fijado por sus antepasados manteniendo con esto la memoria favorable de sus súbditos con los de su sangre. El único peligro residiría en los excesos del mismo príncipe cuyos vicios, si son extraordinarios, lo pueden hacer odiosos.

Respecto de los principados adquiridos, ya sean nuevos o mixtos, ofrecen mayores dificultades con solo adquirirla pues se está propenso a ofender a los nuevos súbditos, ya sea por ser enemigos, derrotados en la conquista del territorio, o por ser aliados que exigen privilegios sin poder satisfacerlos. En este caso es fundamental mantener el favor de los provincianos sin alterar las leyes y los intereses y desaparecer la línea del antiguo príncipe, borrando con ello la posibilidad de alguna conspiración.

En relación a Estados que se conquistan en una distinta provincia, con lenguas y costumbres diferentes, su forma de conservación más eficaz reside en que el príncipe pueda vivir en el nuevo territorio, remediando cualquier desorden que pueda surgir. Otra medida apropiada es la de contar con colonias, ya que resultan ser más económicas que cualquier ejército y, a su vez, se evita ofender a los conquistados, súbditos derrotados y dominados, con la presencia de los vencedores. Es fundamental, por tanto, para el príncipe que quiere conservar la provincia conquistada contener a los menos poderosos evitando que adquieran mayores fuerzas o autoridad y debilitar a los más poderosos sin permitir la aparición de un reino extranjero otorgándole un protagonismo siempre perjudicial, porque quien propicia el poder de otro, labra su propia ruina.

En la conservación de un principado, se debe tomar en cuenta de igual forma la diversidad de los vencidos, es decir, la forma particular de organización del Estado conquistado, pues ella determinará un grado de dificultad en su mantenimiento. Es así que el autor distingue dos formas de gobierno en un principado. En la primera, el príncipe asume la autoridad exclusiva y sus ministros lo ayudan a gobernar por gracia suya sin haber un grado mayor de compromiso que el de un jefe con sus empleados, En el segunda, el príncipe no guarda una relación de exclusiva autoridad con el pueblo pues será acompañado por los nobles que, por su antigüedad y no por concesión del príncipe, lo acompañarán en el gobierno de la ciudad. En el primer caso, la dificultad residiría en conquistar el principado unificado y fuerte por la voluntad de un solo hombre (sin ninguna de posibilidad de encontrar alianzas internas que por otro lado serían inútiles) pero que, después de hacerlo, no generará mayores problemas en su conservación. En el segundo caso, la facilidad con que se pueden conquistar estos principados resulta clara pues se pueden encontrar alianzas con los nobles que se encuentran descontentos, sin embargo, por lo descrito líneas arriba, eso significa tener como enemigos a los nobles derrotados y potenciales enemigos, si no se los satisface, a los no desinteresados aliados.

Los principados civiles por otro lado, no se adquieren por las armas propias o ajenas, el valor personal o la mera fortuna sino por la astucia del príncipe para ganarse la voluntad del pueblo y de los grandes. El príncipe llega al gobierno con la ayuda de los grandes o la ayuda del favor popular pero en ambos casos es fundamental y necesario tener “al pueblo de lado”. La razón fundamental es que el príncipe pueda mantenerse con menos dificultad en el gobierno de la ciudad debido a que el pueblo se dispone a obedecer su voluntad, contrario a lo que ocurre con los poderosos, que al asumir una condición de igualdad, se resisten a obedecer. Otro argumento a favor de la proximidad del príncipe con el pueblo es la inseguridad que surge al tenerlo como enemigo ya que implica una mayoría, mientras que con los poderosos, al ser pocos, se les puede enfrentar con mayor certeza y hasta reemplazar. Por último la satisfacción plena de los poderosos significaría agraviar la voluntad del pueblo de no ser oprimido mientras que la relación inversa, es decir, satisfacer al pueblo, no tendría la misma proporción pues “el fin del pueblo es más honrado que el de los grandes, queriendo estos oprimir, y aquél no ser oprimido”.

Por último tenemos la descripción del autor sobre los principados eclesiásticos que, si bien el autor no desea reflexionar sobre ellos por ser una actitud propia de un hombre presuntuoso hablar de algo “erigido y conservado por Dios”, nos refiere su carácter particular pues las dificultades solo se dan en su modo de adquisición, apelando para ello el valor o la fortuna, mas no en su conservación pues se apoyan en la tradición religiosa que implica una inamovilidad del príncipe haga lo que haga o manera como se conduzca y proceda.

B. Modo general de los ataques y defensas del principado. El arte de la guerra.

En esta segunda sección se pone de manifiesto los fundamentos con los que debe contar todo Estado para su conservación interna y externa: las buenas leyes y las buenas armas. La idea principal en este punto, en el caso de la conservación del gobierno por medio de las armas, es que se pueda contar con ejércitos propios y no ser presa de los peligros que significa tener un ejército mercenario. La razón principal es que los últimos al estar en batalla no tienen un grado mayor de compromiso que les permita ir más allá de su ambición particular propiciando con ello una lamentable derrota o la de generar situaciones perjudiciales como la de huir en batalla o, al ser vencedores, despojar a los que protegían. Los mercenarios en palabras del autor significan un daño al príncipe pues ellos aspiran a su propia gloria y beneficio personal.
El autor de igual forma considera armas tan inútiles y perjudiciales como la de los mercenarios a las armas auxiliares, es decir, a las tropas extranjeras que se invocan para ayudar y defender al príncipe, pues estas, al perder, mantendrán la unidad y la no obediencia hacia él lo que significará una doble derrota, y si por el contrario resultan vencedoras lo harán a favor suyo teniéndole bajo control y en la condición de prisionero de su propio Estado. Un principado será seguro si cuenta con su propio ejército conformado por los mismos ciudadanos o los mismos súbditos del territorio.

En la parte final de esta segunda sección se recomienda al príncipe cultivar el arte de la guerra pues ella es inherente al que manda y garantiza la obediencia y respeto de los ejércitos pues “no es razonable que quien está armado obedezca gustosamente al que está armado, y que el desarmado se encuentre seguro entre servidores armados”. Se debe por tanto estar dentro de la dinámica de la guerra ya sea por acciones, ejercitando a las tropas o yendo de caza, acostumbrando al cuerpo a la fatiga y reconociendo la geografía de la región, o por el pensamiento o ejercicio de la mente conociendo las victorias y derrotas de hombres  ilustres o antiguos héroes. La pérdida y conquista del Estado depende de ejercer o no este arte.

C. Cualidades y habilidades del príncipe en la relación con sus súbditos y amigos.

Siendo un libro cuya finalidad es la de dar consejos útiles y concretos sobre el arte de gobernar, el autor no busca presentar más que la verdadera y real naturaleza del poder, enfatizando no en una vida buena o mala sino en aquella vida propicia para gobernante, aquella que le permita mantenerse en el poder. Es así que el autor, alejado de un deber ser, nos plantea que la práctica exclusiva de la bondad entre hombres que no lo son llevará a la ruina o el fracaso del gobernante en la conducción de una ciudad, por lo que él debe esforzarse por todos los medios “a poder no ser bueno, y a servirse o no de las circunstancias.” Si bien es loable que el príncipe practique la bondad y evite el vicio se darán casos en que la primera será un obstáculo en la conservación del Estado mientras que la segunda podría significar la seguridad y bienestar en ella. No se debe temer incurrir en el vicio si eso permite salvar el Estado.

Una de las primeras cualidades resaltables del príncipe es la de ser avaro y no liberal, pues la avaricia trae beneficio posteriores que la liberalidad con su agradable inmediatez no podrá alcanzar (salvo si se está en proceso de adquirir un principado). Conservar los bienes propios significa no despojar de los suyos a los súbditos ni imponer impuestos abusivos ni tampoco quedar empobrecido en las rentas al querer iniciar una empresa. Ejercer el vicio de la avaricia garantiza la conservación de Estado pues el gasto propio es el que más perjudica como el de garantizarse el odio de los súbditos despojándoles sus bienes.

Otra de las cualidades del príncipe tiene que ver con la crueldad y la clemencia. Según el autor el príncipe debe ser antes que amado temido por los hombres pues la naturaleza humana mueve a los hombres a ofender los que son clementes pero no a los que son crueles. Es la crueldad el medio eficaz para conservar el orden y la disciplina pues propicia la fidelidad y la unidad de los ciudadanos contra el desorden que acarrea la excesiva clemencia que afecta no a particulares, como en el caso de la crueldad, sino a la generalidad de los hombres. Hacerse temer, por tanto, no significa ganarse el odio de los súbditos  si ello no implica tocar su patrimonio, sus mujeres o propiciar una muerte sin justificación y sin una causa manifiesta. El príncipe con esta cualidad se ganará la reputación necesaria para el liderazgo de las tropas, garantizar su unidad y su disposición en la acción.

El príncipe debe guardar para sí dos maneras de combatir: las leyes y la fuerza. Es esta última la que lo asemejará con los animales pues empleará, según lo requieran las circunstancias, ambas dimensiones, la humana y la animal. La conservación de los intereses hará que el príncipe una especie de zorra que esquiva las trampas y que, en una actitud prudente con el gobierno de la ciudad,  es capaz de quebrar el compromiso y la promesa hecha si redunda en algo perjudicial y los motivos que tuvo para prometer cambiaron. Antes que poseer las cualidades y virtudes morales, que muchas veces no redundan en el gobierno de la ciudad, debe aparentarlas pues de esta forma puede ir fácilmente en contra de ellas si es que la continuidad en el Estado lo exige.

Es necesario también para un príncipe asumir dos temores en el gobierno de un territorio (“uno interior por cuenta de sus súbditos, y otro exterior por cuenta de potencias vecinas”). Si bien uno puede protegerse del exterior con buenas armas y con ello garantizarse buenos amigos en el interior, el príncipe debe hacer frente a la conjura y conspiración de una sola forma: no siendo odiado por el pueblo. La conjura nace cuando se busca satisfacer a un  pueblo descontento y, luego de haber cometido la acción, refugiarse en él. Por lo que se recomienda que el príncipe encomiende las cosas que pueden resultar odiosas, tanto para el pueblo como puede ser para los grandes,  a una instancia intermedia creada por él. Como satisfacer a todos los grupos de poder dentro del Estado es casi imposible, se debe satisfacer a los grupos más fuertes, sin importar cuán corrompida e inmorales sean sus necesidades: la voracidad del ejército, la ambición de los grandes, la insolencia del pueblo, etc.

El príncipe, de igual modo, debe realizar grandes empresas que le proporcionen fama y admiración entre sus súbditos, generar un espacio tal que permita tenerlos ocupados sin intentos de conspiración. Una de estas grandes acciones es la de poder inclinarse a una causa verdadera y decididamente, tomar partido sin asumir una neutralidad siempre perjudicial pues los vencedores sospecharán por no haber recibido ninguna ayuda y los vencidos no lo acogerán por no haber corrido su misma suerte como un amigo y aliado.

Por último, el gobernante debe tener la gente idónea que nunca anteponga sus intereses a los del Estado y a los que hay que honrar para mantener su fidelidad. También es necesario que se guarde de los aduladores, propiciando la sinceridad y el verdadero consejo de un grupo de sabios que tengan el privilegio de hablar con la verdad si temor a ofenderle. La prudencia debe permitirle al príncipe ser bien aconsejado concordando posturas y los intereses ajenos que se traslucen en ellas.

Comentario

Los más resaltante en El Príncipe de Maquiavelo son aquellos rasgos que lo hacen una obra del Renacimiento, en oposición a una anterior y prolongada Edad Media, y, por tanto, ser una de las obras referenciales en la modernidad. Uno de estos rasgos es la de no asumir, como era en el Medioevo, que cualquier hecho terrenal forma parte del proyecto de Dios y bajo el cual el rol del hombre ha sido fijado. Por el contrario, la obra del Maquiavelo nos resalta el rol activo del hombre en la realidad mundana como lo podemos ver en su relación con la fortuna. El hombre aplastado por una verticalidad divina ha sido reemplazado por un individuo con libre albedrío que puede sortear los mandatos de la fortuna dejándonos gobernar la otra mitad de nuestras acciones. La fortuna en Maquiavelo puede ser resistida por medio de la virtud y sobrellevada con una actitud asertiva con la circunstancia (“la fortuna es mujer: y es necesario, cuando queremos tenerla sumisa, zurrarla y zaherirla”).

La ciencia política en la obra del autor florentino es otro de los rasgos que nos permiten vislumbrar otra época y valorarla como fundadora de la modernidad. Las explicaciones en términos terrenales ya soy posibles en este libro. La descripción objetiva como la explicación racional, presente en cualquier disciplina científica, se manifiesta en El Príncipe. La normativa derivada de esta descripción y explicación se puede considerar de igual manera como regulación y aplicación posterior de la ciencia: tecnología. Sin embargo aún no todos los ámbitos de la política son abarcados por la razón humana. El ámbito divino, como es el caso de los principados eclesiásticos, no se sujeta a explicación racional pues tienen su origen en “los designios de Dios”, por lo que cabe hacer una descripción objetiva de lo que puede verse en ella sin salir de esa barrera pues “son gobernados por causas superiores que la mente humana no alcanza (…) discurrir sobre ello sería propio de hombre presuntuoso y temerario”.

Otro de los rasgos propios de la modernidad que quisiera revalorar en este libro guarda relación con los cambios producidos en esa época. El hombre siente que no hay un lugar fijo para él y lo que predominará no son los estamentos sino el individuo. Vemos con claridad cómo en Maquiavelo convertirse en príncipe no es algo tan difícil para ningún individuo si es que sigue el arte de la política y, por qué no mencionarlo, el arte de la guerra pues en la mayoría de sus ejemplos se ve a la milicia como un modo de ascenso rápido al poder (cosa que nos hace recordar nuestros caudillos y dictaduras militares que no es otra cosa que la fuerza como argumento político y que nos lo manifiesta el autor en toda su magnitud).

El llamado maquiavelismo en la obra del El Príncipe, es decir, esa separación entre la moral, la política y la religión, exige una postura ética del lector que implicará  asimilar o no todo el corpus teórico  del autor, toda una concepción de la política, tan sanguinaria como descarnada, que resulta muchas veces estremecedora, por la crudeza con la cual se describen las acciones de los hombres y la certeza y verdad que tienen sus consejos. Es una obra asume un grado de escepticismo que puede cuestionar los fundamentos morales de los hombres que quieren introducirse en la política de sus naciones y “pervertirlos” en una actividad que “debería” ser noble y desinteresada.  La pregunta esencial frente a este hecho sería, ¿cómo hacer que Maquiavelo obre para el bien? ¿Cómo tener una experiencia acorde a la moral a partir de su lectura? Pienso que la obra podría asumirse de una manera distinta, donde es famosa “utilidad” política tenga otra orientación. Se debe, y esa es mi postura, considerar a este tratado como un material científico que, por su carácter real y objetivo, puede ser empleado de distinta forma. Podemos hacer que este libro nos permita reconocer dentro de nuestro devenir como Estado y nación a los príncipes maquiavélicos de nuestra política, revelar el verdadero rostro de aquellos que ingresan a la política sin otra intención que el del beneficio personal. Revelar las justificaciones y los modos cómo se conservan los grupos de poder de la manera más ilegítima e inmoral. El Príncipe por tanto nos permite, desde una mirada, si se quiere, idealista y ética, tener una visión real y concreta de lo que se debe confrontar, sin engañarnos en los falsos argumentos morales y solidarios de aquellos que buscan su interés. La obra propiciaría un desengaño positivo de los que conforman la política y lo que se oculta detrás de “las mejores intenciones de los gobernantes” o de aquello que se hace por “el bien del país”; la razón de Estado de la que hablaba Maquiavelo y que no es otra cosa que un modo de garantizar un determinado orden y un grupo de poder justificando toda forma de violencia y tiranía.