miércoles, 12 de septiembre de 2012

Sobre la elegancia


Alex Romero M.

“Y, a menudo quien ha elegido su destino de artista
 porque se sentía diferente aprende pronto que no
alimentará su arte, ni su diferencia más que confesando
 su semejanza con todos.”
Albert Camus (Discurso al recibir el Nobel)

“Y el que continúa guardando la pobreza para sí
 y  la ama, posee un gran tesoro y oirá siempre
 con claridad la voz de su conciencia; el que
 escucha y sigue esta voz interior, que es el mejor
 don de Dios, concluirá por encontrar en ella
un amigo y no estará jamás solo.”
Vincent Van Gogh “Cartas A Théo”

“Para mantener la elegancia camina con
la certeza de que nunca estas sola(o)”
Audrey Hepburn


La lengua evoluciona, las palabras, con el transcurrir del tiempo y la autoridad del uso, cambian de forma, adoptan nuevos matices en su significado, sufren variaciones, hasta que al final estas nuevas acepciones se imponen haciendo que su sentido, en la práctica cotidiana, se extienda o se restrinja. Esta verdad evidente, que tiene su fundamento en una comunidad de hablantes, no está sujeta a criterios morales o valoraciones de cualquier tipo; son testimonio de una sociedad que cambia, que adopta nuevos valores y entierra otros. Es inevitable reflexionar sobre eso.

La palabra elegante (y su respectivo sustantivo, elegancia) ha visto restringirse en su significado a “una persona que viste con gran cuidado y gusto” (la tercera acepción del diccionario de la Academia). La palabra nos remite a ambientes aristocráticos y lugares de moda, olvidando el significado esencial que posee. El diccionario de la RAE (Real Academia Española de la Lengua) nos dice, en su primera acepción, que la persona elegante es aquella dotada de “gracia, nobleza y sencillez”, a lo que no hay nada que objetar; sin embargo, la palabra nobleza, si bien nos remite a algo extenso —a una cualidad del alma como es la bondad (es decir a esa gracia, nobleza y sencillez que se menciona)— puede arrastrar a nuestra palabra a un estrechamiento en su significado porque muchas veces se entiende “nobleza” como “nobleza de sangre o herencia”, y no hay nada más limitado que eso.

Cabe entonces rescatar su intención etimológica, ya que “noble”, en su significado primario y esencial, significa “conocido”, es decir, que las personas nobles en un principio eran aquellas que ganaron reconocimiento por su valor o una habilidad especial dentro de una colectividad y no por ser hijo de alguien o por haber heredado sus riquezas.

Debemos hablar del significado enriquecedor que tiene la palabra elegancia.

José Ortega y Gasset, el gran filósofo español, hace una breve reflexión sobre este punto en el epílogo al libro de Julián Marías (“Historia de la Filosofía”), y nos dice que la elegancia es ante todo el arte del saber elegir, y por tanto la persona elegante es la que no actúa por capricho sino el que “ni hace ni dice cualquier cosa” y, por el contrario,“hace lo que hay que hacer y dice lo que hay que decir”. Es además Ortega el que nos propone que elegancia debería ser el nombre a lo que nosotros llamamos “torpemente” ética porque “el hecho de que la voz elegancia sea una de las que más irritan hoy en el planeta es su mejor recomendación”.

La elegancia es, en principio, una señal de distinción, de diferencia. La persona elegante es la que se distingue por este saber elegir y se hace “conocido”. Y para lograr una definición, existe un valiosísimo aporte de Albert Camus en sus ideas sobre el artista (véase el epígrafe del presente escrito), gracias a esto podemos decir que, la elegancia es sobretodo una cualidad del alma que consiste en ser diferente afirmando nuestra semejanza con los demás y, en un sentido religioso, afirmando nuestra semejanza con Dios (1). Ser elegante no es estar solo sino, por el contrario, pensar que siempre se está acompañado y proyectado hacia los demás. Recordemos al Zaratustra de Nietzsche que se alejó de los hombres únicamente para regresar luego a ellos y darles un obsequio: la idea del Superhombre. Ser elegante es tener presente, más que la idea de individuo, la idea de persona porque esta nos mueve a pensar en la relación con el otro (2). La persona elegante es la que se enriquece dando y cree que “la nobleza está en el dar que en el recibir”, y aporta sin mezquindades, consciente de sus limitaciones.

Por último, tenemos aquí un aspecto importante de la elegancia, que es el de tener un sentido de pobreza, de ser conscientes de nuestras limitaciones. Es en momentos como éste, en tiempos de falsa complejidad y excesiva información, en que se hace fundamental crear una cultura de la pobreza y de la crisis, que no es otra cosa que tener presente nuestra posición en el mundo, saber que es importante tener capacidades básicas como saber leer y escribir. En otras palabras y al ritmo de una canción, decir que es una virtud “saber contar hasta diez”.


Notas:

(1) Semejanza con Dios como principio de amor. Julián Marías, filósofo español, en una conferencia dada en Buenos Aires (1997), nos dice que, si aceptamos la idea de Dios es amor, es por tanto necesario considerar al hombre como una criatura amorosa, en otras palabras, afirmar nuestra semejanza con Él, de la criatura al Creador.

(2)  La esencia del hombre se funda en relaciones, en la relación con uno mismo, en la relación con los demás (la relación entre el Yo y el Tú, el aporte de Fauerbach) y la relación con el misterio del Ser, Dios. Tesis de Martín Buber en “¿Qué es el Hombre?”. La idea de Individuo nos lleva a entender al hombre, por sí mismo,  mientras que  la idea de Persona nos lleva a entender a este en su relación con los demás.