Alex Romero M.
Introducción:
El presente trabajo abarca la segunda mitad del libro IV (433a-444e) y que, de igual manera que con los libros anteriores, sigue la exploración iniciada en el libro I: saber por qué es más ventajoso ser justo que injusto conociendo la verdadera naturaleza de la justicia y valorándola como tal, reconociendo los efectos que se producen en sí misma, sin apelar a ninguna recompensa o castigo para aceptarla como beneficiosa. Para esto se han presentado imágenes aproximadas o “sombras” (doxa) de lo que es la justicia con el fin de poder cuestionar tales ideas, reconocer sus defectos y limitaciones, y, a su vez, con esto rebatirlas como posibles respuestas al problema planteado, aunque sí como un medio de desbaratar antiguas concepciones y precisar aún más los márgenes de nuestra búsqueda. En otras palabras, ser espectadores y partícipes de un prolongado y difícil ascenso al mundo de lo inteligible y asumir el reto que Sócrates planteó a los sofistas y sus discípulos: la búsqueda permanente de la definición.
I. La justicia en la ciudad:
El método utilizado por Sócrates en su diálogo con Glaucón es el de haber entendido en un primer momento que la justicia se presenta en dos planos complementarios: el Estado (1) y el individuo. Al haber una correspondencia entre ambas, la justicia se presenta de manera igual en la función que deben cumplir. Por tanto, reconocer la justicia en una nos llevará a reconocerla en la otra, cosa que resultará favorable pues resaltaremos con mayor facilidad y exactitud la justicia en el Estado para luego reconocerla en el individuo. Pasar de las letras grandes a las pequeñas, al ser ambas iguales pero en distinta dimensión.
Es así que Sócrates construye su Estado ideal pues sólo ahí puede existir la justicia perfecta, con una verdadera división de clases de acuerdo a criterios de actitud y de naturaleza para cumplir con determinadas actividades (Gobernantes, auxiliares o guardianes y comerciantes). La justicia se identificará aquí con el principio de división del trabajo. Según este principio las clases o partes del Estado deben asumir cualidades o valores que las definan como tales y que garanticen la unidad (perfección) de la polis. Los valores son la templanza, el valor y la prudencia, y a partir del reconocimiento de éstas podemos resaltar la que nos resulta esencial: la justicia. Es la que va permitir el orden saludable de sus partes, estableciendo relaciones fijas (kosmos) entre las clases. Si bien esto la hace semejante a la templanza, ella tendrá una mayor preeminencia pues permite que el resto de cualidades tengan la fuerza para surgir y conservarse. El principio con el cual se organizó el Estado ideal, para sorpresa de Glaucón y Sócrates, era la primera forma de la justicia, pues ella garantizará la perfección, la unidad y el orden de la polis. Principio por el cual cada integrante debe tener una sola ocupación de la cual uno, según propia naturaleza, esté dotado de manera más idónea: “hacer cada uno lo suyo y no ocuparse en muchas actividades” (433b).
II. La injusticia en la ciudad:
Al asumir esta idea de justicia, los gobernantes la tomarán como principio en los procesos, por lo cual “nadie debe poseer lo ajeno ni dejar de poseer lo propio”. Proceder con justicia es entonces asegurar a cada uno su propio bien y el ejercicio de la actividad que le es propia (334a). La injusticia será, por tanto, la ruina de la ciudad pues significará ir en contra de este principio y la idea inicial de justicia que permitió la organización del Estado ideal. El intercambio de miembros de una clase sin mérito alguno y la injerencia de los individuos en funciones ajenas significará la entremezcla de clases, la desunión y el desastre, y debe ser considerado como algo funesto, como un verdadero crimen (434 a-b). Es indispensable que los guardianes, comerciantes y gobernantes se mantengan dentro de su clase y que cada uno haga lo suyo.
III. La justicia en la correlación Estado-Individuo:
Como se explicó líneas arriba, el método que emplea Sócrates es conducirnos desde la justicia en la ciudad hasta la justicia individual a partir de la semejanza o igualdad que tienen ambas, tanto en su naturaleza como en la misión que cumplen en su organización interna. Es así que podemos afirmar que resulta ser más fácil reconocer la justicia en el hombre si antes podemos verla en un modelo más grande que la contenga, la ciudad. Luego de haber visto la justicia en la ciudad, entonces, corresponde verla en el individuo y es así que podremos establecer en un primer momento, debido algún cabo suelto en nuestra investigación, algunas diferencias entre ellas, por lo cual se deberá regresar a la primera, para distinguir mejor lo que no se puede entender a simple vista en el individuo, “comparando y frotando para que brille la justicia”. La igualdad de ambas será posible pues el hombre justo es el origen de una ciudad justa y no podrá diferenciarse de ésta “los individuos tienen que mostrar las mismas características que el Estado, pues el Estado no es sino los hombres que la componen.” (2)
IV. Las clases del Estado y las partes del individuo:
La ciudad justa, como se dijo, presenta tres clases y cada cual asume la cualidad para cumplir la función que le era propia, pues eran ellas las que le permitían encauzar la naturaleza y función de la clase:
Comerciante - Temperante
Guardían - Temperante – Valeroso
Gobernante - Temperante – Valeroso – Prudente
Al afirmar la igualdad del Estado con el individuo, se debe hallar en el alma las partes que corresponden a la ciudad y verificar que ambas tienen las mismas cualidades y por tanto son dignos de los mismos calificativos (435c). Si la composición de la ciudad parte del individuo, las partes de éste son las mismas que aquella, por lo que la interrogante principal es saber a ciencia cierta si todas las funciones las asumen una sola parte o hay en realidad tres partes en la que cada cual asume su función psicológica propia o si por el contrario el alma (psyche) (3) entera asume cada cosa que queramos realizar (436b). Las tres partes que se corresponderían con las clases de la ciudad o Estado serían: lo racional (la parte que permite aprender y deliberar acertadamente), lo irascible (la parte que permite encolerizarnos y tener cualquier sentimiento sanguíneo) y lo concupiscible (parte que nos permite desear los placeres de la comida y la reproducción de la especie).
V. Principio de no contradicción:
Las tres formas fundamentales de actividad psicológica al poder ser dirigidas manera de unitaria por el alma o poder presuponer un elemento distinto para cada una de ellas, requerirán de un principio que nos permita saber cuál es el verdadero funcionamiento del alma. Este principio es el llamado de no contradicción en el cual se establece que “una cosa no puede ser sujeto agente o sujeto paciente, de modos diferentes, en la misma parte de ella, en relación con el mismo objeto.” (4). Es decir, que el individuo hacer y sufrir de forma contraria y al mismo tiempo en una misma parte y en relación con un mismo objeto (437a). Sócrates nos dirá que una cosa no puede estar quieta y moverse al mismo tiempo. Un ejemplo claro lo vemos en los apetitos de hambre y sed al nivel de la parte concupiscente del individuo. Cuando alguien tiene sed lo tiene en relación con un objeto, en este caso la bebida, y es esta parte la que nos inclina a satisfacer ese apetito, pero hay ocasiones en que nos negamos a beber a pesar de que tenemos tal necesidad. El negarse a beber (digamos, porque la bebida está envenenada) no se produce en una misma parte del alma, no será de la misma parte concupiscente, pues fue ella la que nos empujó a hacerlo como un impulso, sino a otra distinta, la que no llevó a rechazar algo perjudicial, que nos previno del mero impulso, la parte racional de nuestra alma (439b).
Podemos con esto reconocer una parte de nosotros que desea, que tiene hambre y sed y es presa fácil de los apetitos inmediatos como solidaria a cualquier placer o satisfacción. Se le conoce a ésta, como se dijo líneas arriba, como parte concupiscible. Mientras la parte razonable del alma es la que nos induce a aprender y a deliberar correctamente. Con esto se ha reconocido dos partes y funciones psicológicas del individuo, pero ¿dónde está la tercera parte?
VI. En busca de la tercera parte del alma: lo irascible
Aquello que nos lleva a encolerizarnos, lo irascible, está sometido a dos posibilidades: a) a que forme parte de una de las dos partes mencionadas anteriormente, b) que su origen, diferente de las dos, se encuentre en una tercera parte del alma. La creencia común nos dice que lo irascible forma parte de lo concupiscente, pero en muchas ocasiones podemos ver que una persona, que se ha dejado llevar por un impulso contrario a la razón, se encoleriza consigo mismo y con la parte que lo empujo a ello. Lo que nos lleva a pensar, según Sócrates, que lo irascible es parte de la razón (5) y por tanto no puede formar parte de lo concupiscible pues va contra ella.
En los conflictos del alma, la cólera lucha a favor de lo racional si es que no se ha distorsionado por una mala educación. Si se ha cometido una injusticia contra alguien, esa persona soportará todas las aflicciones y apetitos con tal de lograr justicia o pueda ser apaciguado por la razón. Por tanto, existe una parte del alma que corresponde a lo irascible que es el auxiliar de la razón y que se erige como un valor moral o indignación moral frente a una mala acción.
VII. La naturaleza de la justicia en el individuo:
En el individuo hay entonces las mismas partes que en la ciudad e iguales en número. De igual modo asume las cualidades que le son propias. Prudente, valerosa, templada y también justa.
La ciudad es justa porque cada clase hacía lo que el correspondía hacer, de igual forma, el alma es justa por que cada una de sus partes hace lo que es propio de ella, cumple su propia función.
- Parte racional: debe vigilar el bienestar del alma entera por ser prudente y conducir al individuo adecuadamente con una acertada deliberación sobre los hechos que se presentan ante él.
- Parte irascible: debe obedecer y secundar la parte racional, la fuerza de voluntad que el permite estar por encima de cualquier apetito.
Ambas consolidan su alianza gracias a la educación, pues sin ella lo irascible puede irse a favor del apetito. A través de la instrucción ambas cumplen lo que les es propio y gobiernan sobre.
- Parte Concupiscible: ocupa la mayor parte del alma, es insaciable en lo que bienes materiales se refiere.
Es fundamental evitar que esa parte se ensanche, negándose a hacer lo suyo e intente gobernar sobre aquello que no le compete.
La parte racional resulta ser prudente, posee la ciencia de lo conveniente para todas las partes y para todo el conjunto. La parte irascible es valerosa pues sigue sin vacilar las órdenes de la razón acerca de lo que se puede temer o no. La templanza, igual que en la ciudad, debe estar presente en cada parte y entre ellas. Es la armonía que se logra entre las partes que se subordinan a otras, cuando la razón manda sobre las otras dos y no hay cuestionamiento sobre eso. La justicia es, por tanto, la virtud por la cual cada parte del alma debe realizar aquello que le corresponde de acuerdo a su función, procurando estar en armonía con los demás. El hombre que se forme de acuerdo a la justicia de sus partes nunca podrá realizar una acción contraria o negativa.
NOTAS
1. En Los filósofos griegos (William Guthrie Fondo de Cultura Económica. México, 1994), el autor nos plantea que fueron dos los motivos importantes en la filosofía de Platón:
a) Consolidar la enseñanzas de Sócrates y defenderlas contra objeciones inevitables y
b) Defender (o hacerla merecedora de ser defendida) la idea de ciudad-Estado como unidad política, económica y social independiente, frente a un proceso de decadencia debido a la creación de grandes reinos como el de Filipo y, sobretodo, por el colapso moral y las tiranías dentro de las polis. Platón, asumiendo el papel de reformador, quiere conservar la idea de polis. Es así que cuando habla de justicia de la ciudad para luego ir a la justicia del individuo, el primero nunca podrá reducirse en importancia al segundo pues ambas se garantizan mutuamente. Solamente podrá sobrevivir si la polis “conserva la homogeneidad, o más bien la armonía, (…) basado en que cada ciudadano aceptase el desempeño de una función en consonancia con su carácter y capacidad” pág. 98.
2. Historia de la filosofía griega Guthrie Editorial Gredos. Madrid, 1990. Pág.453
3. Psyche, asiento de las facultades morales e intelectuales, y que tiene mucha mayor importancia que el cuerpo. Platón se va ir contra la concepción tradicional de su época, expresada ya desde Homero, en la cual el alma era solo un halo que al desprenderse del cuerpo carecía ya de una existencia verdadera, pues es el cuerpo “el que anima y da eficacia al alma”.
4. Historia de la filosofía griega Guthrie Editorial Gredos. Madrid, 1990. Pág.455
5. La relación con el Fedro es inevitable. En este diálogo se nos cuenta sobre el mito del carro alado, en la que el auriga debe conducir con dificultad un coche llevado por dos caballos, uno blanco, hermoso y bueno, y uno negro, contrahecho y sanguíneo. Es con ambos caballos, uno como ayuda y apoyo y el otro como el mayor de los obstáculos, que el auriga debe ascender a los cielos para percibir algo del bien absoluto. Esta sería una metáfora de la tripartición del alma que nos presenta Platón en este libro. El auriga representaría la parte racional, el valor y la voluntad en el caballo blanco y los impulsos instintivos en el caballo negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario