viernes, 6 de enero de 2012

La ética de la autenticidad / Charles Taylor


Alex Romero M.

“but, to know a man well, were to know himself”
Hamlet
Ética y Autenticidad
Charles Taylor considera que la modernidad aún posee un ideal moral que le puede permitir al hombre una vida no carente de sentido y que resulte contraria a todas las formas de atomismo y subjetivismo relativista. Tal ideal recibe el nombre de autenticidad.
Aquella descripción sobre lo que puede definirse como un modo de vida mejor y superior, que se ofrece como norma de lo que deberíamos llegar a desear es para la sociedad contemporánea el ser auténticos, es decir, el llegar a ser lo que en nuestro interior somos. En otras palabras, aspirar a una identidad que me defina como un ser único e inconfundible donde cada acto sea realmente mío y esto es, en esencia, anhelar que cada acto del individuo sea genuinamente original. La autenticidad exige que el individuo sea capaz de distinguir aquellos rasgos que configuran su ser único así como también la manera que ha podido configurar ese yo y otorgarle una dimensión significativa.
De acuerdo con Taylor, no es posible que la identidad sea producto de un sujeto autorreferencial, es decir, ajeno a todo marco de referencia u horizonte de significado. Esto es así pues la identidad es ante todo un “yo significativo” donde los criterios y las distinciones relevantes para definir lo que es significativo requieren de “un fondo de inteligibilidad”, un horizonte compartido. Esto último resulta ineludible en la configuración de la identidad pues ella se construye socialmente. Si bien es cierto que el ideal de la autenticidad afirma que cada individuo posee una voz interior que lo hace ser él mismo, esta voz no es monologante sino, por el contrario, es una voz que escucha y habla con “otros significativos”. En otras palabras, cuando hablamos de un yo, estamos hablando de un yo con un otro pues sólo dentro de un horizonte de significado común se puede configurar una identidad real: “Definirme significa encontrar lo que resulta significativo en mi diferencia con respecto a los demás”. Como vemos la autodefinición se puede establecer únicamente, ya sea en diálogo o lucha, con los otros; nuestra propia naturaleza es social (dialógica) y es un hecho que “nadie adquiere por sí mismo los lenguajes para la autodefinición”.
La búsqueda de la autenticidad nos lleva también a Taylor a considerar que la identidad es poder orientarse dentro de este espacio de significaciones donde la búsqueda de aquello que me define implica asumir una serie de compromisos e intereses hacia determinados bienes. El percibirse a uno mismo implica darse cuenta de las evaluaciones que uno ha realizado y que comprometen lo que soy. Tener identidad, para nuestro autor, significa identificarse con aquello que acepto o rechazo, con aquello que considero bueno o malo, con aquello que define mi relación con el mundo. En este punto es necesario establecer la distinción entre el ideal de la autenticidad y el subjetivismo así como explicar por qué las consideraciones éticas o morales son sólo posibles en el primero.

El ideal moral de la autenticidad
El ideal moral de la autenticidad es un ideal compartido pues busca plasmarse en un modelo y constituirse en una norma de cómo deberíamos ser, reivindicando nuestras diferencias individuales en un plano de igualdad. La autenticidad se constituye de igual forma en un criterio compartido entre los sujetos que enmarca sus relaciones, bajo el precepto sé fiel a ti mismo que significa ahondar en la propia identidad, es decir, en aquel horizonte común donde nacen los propios propósitos en relación con los otros. El subjetivismo, por el contrario, no posee ninguna implicancia ética pues se mueve en un espacio donde nada posee significado pues no existe un marco de referencia que nos diga si tal actitud es significativa o no, si tal acción es valiosa o no para el individuo. Esto se debe a que la identidad, que sopesa lo que es bueno o malo, establece compromisos e intereses sobre bienes compartidos, no se construye en solitario sino en relación con los otros significativos creando con ello un espacio de diálogo y crítica indispensable para la ética, el espacio del reconocimiento que hace posible que el ser humano no se atomice ni se entregue a un individualismo empobrecedor y vacío. Es así que la llamada libertad autodeterminada, ante esta carencia del individuo, busca otorgar significado y valor a todo lo que hace (“de forma autónoma y verdaderamente libre”) por el sólo hecho de ser fruto de su libre elección; pero, como lo plantea otra vez Taylor, la constancia de ser una elección propia no lo hace significativo, ella se enmarca en ese mismo subjetivismo donde todas las preferencias del individuo son iguales e intrascendentes para el mismo sujeto.  


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