martes, 27 de mayo de 2014

PSICOLOGÍA NEGATIVA / Cuento



Álex Romero Meza
Nunca nadie me ha llamado loco…, y no tienen por qué hacerlo, pues, en estos treinta y dos años, mi vida ha transcurrido en lo que la mayoría llama una “vida normal”. No he sido hombre víctima de los comentarios de balcón ni he ido más allá de los deseos propios de mi época, soy, como diría algún alma entendida, producto de una sociedad que me hace consultar dos veces con el dentista y habitante de una ciudad que me conduce a través de veredas y plazas a cualquier parte que desee, siempre y cuando aparezca en un mapa de avenidas y calles.
No diré mi nombre pues no lo considero necesario. No es mi propósito hacer de esto una biografía, aunque sea un excelente material de estudio para conocer el alma de un hombre, sino el de entregar un testimonio; y si algo debo apuntar aquí es la profesión que llevo y que me hace ser mi propio objeto de estudio: la psicología.
Siempre, desde que tengo memoria y sobre todo desde que ingresé a la universidad, he sido mi propio objeto de análisis. Los compañeros de mi Facultad criticaban mi inclinación por esa tradicional psicología negativa (que se centra únicamente en las alteraciones mentales y no en las distintas manifestaciones de la psique humana como la alegría, el optimismo, etc.), pero ¿acaso la ciencia no ha surgido a partir de enfermedades y necesidades de todo tipo? Siempre me han gustado los casos de esquizofrenia y creo que nunca me podré desligar de sus estudios. Valoro también lo otro —soy un hombre de criterio— pero creo que el desarrollo de la psicología positiva es labor propia de almas sencillas y nobles, de autores de best séller, o terapeutas de televisión.
Me he dedicado al estudio de la esquizofrenia desde hace muchos años y, aunque el profundizar en estos temas me ha hecho descuidar mi entorno y vivir en soledad, me ha llenado de muchas satisfacciones y de metas, sobre todo en los descubrimientos neurológicos y la importancia social que tiene esta enfermedad. Sería demasiado comentar cada uno de ellos pero no podría dejar de mencionar que los síntomas generales de la psicosis, aquellos que espantan a la mayoría y que trae como consecuencia la reclusión de un pobre hombre en el manicomio, acercan más al genio y al demente que a cualquier hombre considerado “ecuánime”  y “pleno” en sus facultades físicas y mentales.
La fascinación con la que me consagrado a mi trabajo, mis estudios nocturnos y mi afán de auto análisis en estos casos extremos, han traído una serie de consecuencias en mi vida, y tal vez sea la razón principal por la que esté escribiendo estas líneas. No podría recordar la fecha de aparición de cada uno de mis síntomas, pero la transferencia que he recibido de mis pacientes en tratamiento es inobjetable. Mis sueños refieren exclusivamente a la alucinación de mis pacientes y sin embargo no he podido desprenderme de mi investigación, he procurado descansar pero la urgencia del trabajo no me ha permitido otra cosa más que seguir. Inexplicablemente, estos problemas fueron disminuyendo —permitiéndome continuar con mayor confianza—  hasta el 29 de diciembre pero resurgieron de modo traumático el 28 de enero.
No seré acucioso en los detalles por lo breve que debe ser cualquier informe de hospital  (muchas descripciones se pueden ahorrar utilizando sólo terminología médica).
Una noche me encontraba sentado en el escritorio de mi habitación cuando vi pasar la figura de algo horrendo. Era una criatura enorme y de largos cuernos que me miraban desde el otro extremo de la habitación; su rostro era indefinible y, aunque resultaba grotesco e imposible a la vista, tuve la impresión de que se parecía a mí. Sé que esa imagen (¿la mía?) era producto de una mente fatigada por el excesivo trabajo y la falta de sueño pero, aunque esto vaya en mi contra en la declaración oficial y especializada de mi estado, ¡era tan real!
Siempre pensé que la mente era capaz de crear demonios extraños, y el mío ahora estaba frente a mí, en el umbral de la puerta, en mi habitación, a unos pasos de mi escritorio. Yo sé que todo eso no es real, me agarro la cabeza insistiendo que es así, intento moverme de la cama pero no puedo hacerlo, la figura de ese demonio que aparece y desaparece por momentos, en los matices claros y obscuros de la ventana, a su libre albedrío.
Sé que todo eso rebasaba los límites de la normalidad, aún para mí que cuestiono esa idea con vehemencia, pero la imagen persistía, en los momentos de sosiego y tranquilidad de mis estudios, en los pasadizos del hospital, en cualquier árbol que se moviera con el viento. Consulté con el único amigo que podría confiarle estas cosas, me escuchó con tranquilidad y, profesionalmente, con la misma actitud segura con la que yo trato a mis pacientes, me pidió que no perdiera la calma, que lo sucedido era producto del estrés y la ansiedad por los casos que atendía, e insistió que tomara un descanso fuera de la ciudad. 
El cambiar de ambiente y sobretodo el compartir una vida común con alguien tan cercano a mí me hizo mucho bien los primeros meses. Mi madre me levantaba a las ocho y me daba a tomar un delicioso néctar que ella misma preparaba, el mismo que tomaba cuando era pequeño, y me apresuraba a que saliera a darme una ducha y fuera a caminar por los distintos lugares del pequeño e inolvidable poblado de B***
Mi amigo, a pesar de sus múltiples ocupaciones, no me olvidó y vino a verme semanas después. Analizó mi estado con detenimiento y me dijo que daba índices de mejoría, sin embargo, e inmediatamente después de que se despidiera de nosotros, caí en un cuadro de crisis nerviosa que me arrastró a la cama. Mi madre estaba preocupada y me explicó que posiblemente el hecho de que haya recordado todos mis síntomas en esa breve visita me condujo a tal estado. Dormí unas horas en mi habitación. No sé lo que pasó en esas horas (el pedazo de papel que me dieron se está acabando) dormía tranquilamente y sin ningún sueño, pero desperté de improviso arrastrado por una fuerza interna y escuché un grito, ¡era mi madre! Corrí alocadamente por la escalera y llegué a la cocina, en el mismo momento en que el demonio la atacaba, ella cayó de un desmayo, desesperado me abalancé sobre él y luchamos.
Perdí el conocimiento.
Lo que sucedió después de eso no lo recuerdo, me enteré que mi madre había muerto y que yo iba a un hospital de enfermos mentales acusado de asesinato; he estado amarrado por algunas semanas pero ya me soltaron las muñecas.

Escribiré más cuando me den otro papel…
Lima, 07 de marzo del 2006

lunes, 27 de enero de 2014

La pregunta por la técnica / Martín Heidegger




Alex Romero M.

La pregunta por la técnica de Martín Heidegger es un texto que se propone preguntar por la esencia de la técnica, es decir, abrirnos un camino del pensar con el fin de experimentar cuál es nuestra relación con la esencia de la técnica y  lo que corresponde a su delimitación. Lo primero que nos advierte Heidegger es que debemos evitar confundir la técnica con la esencia de la técnica pues esta última “no es, en absoluto, algo técnico” (pág. 113). La esencia de la técnica es algo que recorre a ésta pero no es la técnica misma. Considerarla algo neutro significa entregarnos a ella sin saber exactamente lo que es. El autor, antes de recorrer esa pregunta e impulsándose con ella, aborda la concepción corriente de la técnica que la entiende como un medio para un fin y un hacer del hombre (la determinación instrumental y antropológica de la técnica). Ambas ideas se copertenecen por lo que la técnica para ambas sería una totalidad de dispositivos (incluida en ella estarían el acto de elaborar y utilizar instrumentos, como las necesidades y fines que sirven, etc.). La determinación instrumental de la técnica es correcta pues orienta todos los esfuerzos para que el hombre llegue a tener una relación positiva con ella, asumiéndola como un medio y que llegue a dominarla plenamente, y así no se convierta en una amenaza que termine por dominar al hombre.  Heidegger nos advierte que, si bien es correcta esta concepción —instrumental y antropológica—, ella no nos lleva a desocultar la esencia de la técnica, es decir, llegar a su verdad (“Sólo allí donde acontece tal desocultar, acontece lo verdadero”). Con el fin de llegar a lo verdadero de la técnica, debemos buscarlo por medio de lo que es correcto en ella, sabiendo de antemano que este último “no es aún lo verdadero” (Pág. 115). Para esto, Heidegger debe preguntar por lo que significa lo instrumental y a qué ámbito pertenecen términos tales como medio y fin. La concepción de la técnica como medio, esto es, “aquello que por medio de lo cual algo es hecho y, así, obtenido”, concebido también este medio como lo “que tiene por consecuencia un efecto”, es decir, una causa (además de que los fines puede ser entendidos también como causas pues en vista a ellas se aplican medios), reafirma la idea de que en lo instrumental domina la causalidad. Es necesario por ello retraer los instrumental a su cuádruple causalidad.

La importancia de preguntar sobre la causalidad de lo instrumental reside en el hecho de que ambas quedarán sin fundamento, manteniéndose en la oscuridad y, con ello, la determinación corriente de la técnica que es un primer camino —el meramente “correcto”— para llegar a la esencia de la técnica. Lo primero que revisa Heidegger es la idea tradicional, que viene con Aristóteles, de concebir la causa como actuar o efectuar, lo que produce resultados. Sin embargo, el autor revela que el significado etimológico de causa, cadere, caer (que se debe entender como “aquello que hace que en los resultados, algo resulte de una manera u otra”) guarda una relación  con actuar pero eso no se asume así en el mundo griego. Lo que llamamos causa era entendido en el pensamiento griego como “lo que es responsable de algo”. Las cuatro causas de Aristóteles son en realidad cuatro modos de ser responsable-de que llevan al estar puesto y al estar preparado de un útil, es decir, lo traen a aparecer: le permiten pro-venir a la presencia, avanzar hacia la llegada. La esencia de la causalidad pensada por los griegos es el “dar-lugar-a” pues el ser-responsable-de lleva a ella en el sentido del permitir-avanzar. Es el dejar venir lo todavía no presente a la presencia. Para Heidegger, el ámbito donde se dan estos cuatro modos del dar-lugar-a, es traer haciendo aparecer lo presente, es, según lo afirmado por Platón, pro-ducir.

Los modos del dar-lugar-a se dan dentro del pro-ducir donde el dar-lugar-a atañe a la presencia de lo que aparece en el pro-ducir. Éste acontece cuando llega lo velado a lo desvelado, es decir, se mueve y reposa en el desocultar. El desocultar es lo que nosotros llamamos verdad y el análisis revela que el “desocultarse se funda en el pro-ducir” (pág. 120). Los cuatro modos del dar-lugar-a (la causalidad) se reúnen en el pro-ducir, por lo que fin y medio le pertenecen, esto es, lo instrumental. El pro-ducir es lo que encontramos al preguntarnos por la técnica concebida como medio, siendo este producir un modo del desocultar. La técnica es una de las formas del desocultar, el ámbito de la esencia de la técnica es el desocultamiento (verdad). La constatación de la técnica como pro-ducir nos lleva considerar que, etimológicamente, también es un “hacer” no sólo en el plano de la artesanía sino además en el ámbito de las bellas artes. De igual modo, hay que considerar a la técnica en cuanto “hacer” es una forma de conocer pues el reconocerse y comprenderse en algo es también una forma de apertura, de desocultamiento. Lo esencial que hay que pensar en el “hacer” de la técnica es que ella, más que aplicar medios, hacer y manipular, se define por ese desocultar, es un modo del desocultar (“Quien construye (…), desoculta lo que hay que pro-ducir según los respectos de los cuatro modo del dar-lugar-a”).

Según Heidegger, el ámbito esencial de la técnica es el desocultar, es decir, la verdad. Sin embargo, cabe preguntarse si tal determinación se cumple la técnica moderna (que lo es en gran medida porque se “interrelaciona” con la ciencia moderna, experimental, natural y exacta) por lo que la pregunta sigue siendo igual y decisiva: qué esencia es la técnica moderna para que ella pueda aplicar la ciencia natural.

Lo que es la técnica moderna es un modo del desocultar pero que no se mueve en un pro-ducir sino en un “provocar” que fuerce a la naturaleza a liberar energías para que puedan ser explotadas y acumuladas. Este provocar se puede entender como un “poner” a la naturaleza, es decir, un exigir en sentido inicial de abrir y exponer pero ambas están subpuestas al otro sentido del exigir: lograr la mayor utilización con el mínimo de esfuerzo. La naturaleza con este provocar se encuentra supeditada a la esencia de la técnica moderna (ejemplo característico es el río Rhin en el que no se ha construido una central hidroeléctrica sino al revés, el río se ha construido-obstruido en la central: la naturaleza es desde la esencia de la central hidroeléctrica). Nos dice el autor que la esencia de la técnica es un desocultar que asume el carácter de un poner en el sentido de un pro-vocar. Ésta descubre las energías ocultas de la naturaleza que son a su vez transformados, acumulados, repartidos y cambiados. Todo esto son modos del desocultar propios de la técnica moderna así como su desocultar propio al mostrar los medios a través de los cuales ella dirige. La esencia de la técnica moderna es un desocultar pro-vocante cuyo desvelamiento es lo establecido, es decir, lo constante, entendida ésta como el modo en que está presente todo lo que se refiere a este desocultar propio de la técnica moderna. El artefacto está desoculto como constante en la medida que se encuentra establecido para cumplir una función determinada de antemano: el avión “está desoculto en la pista de transporte como constante, sólo en  cuanto que él está establecido a asegurar la posibilidad del transporte” (pág. 126). El que realiza este desocultar como poner pro-vocante es el hombre, pero sin que el desvelamiento él mismo lo disponga, pues sólo en la medida en que también esté pro-vocado (y establecido) a pro-vocar las energías de lo natural puede acontecer la esencia de la técnica moderna, es decir, el desocultar establecedor. Según Heidegger, el hombre pertenece originariamente a lo constante porque está pro-vocado y establecido para la esencia de la técnica. Pero, a su vez, el hecho de que el hombre esté pro-vocado más originariamente al establecer lo lleva a que no sea jamás un mero constante. Él participa en el establecer, entendido éste como un desocultar, pero no en el desvelamiento mismo ya que éste no es un hecho humano. El desocultar no acontece en el hombre pues él es llevado en lo desvelado, es decir, se encuentra dentro del desvelamiento que lo impele a desocultar lo presente para corresponder a su llamada, al reclamo de uno de los modos del desocultar. El hombre obedece a un modo del desocultar aunque en verdad esto lo convierte en un ocultador. El autor nos revela que la técnica moderna no es un simple hacer humano, lo que nos lleva a deber “tomar, tal y como se muestra, el pro-vocar que dispone al hombre a tomar lo real como constante. Este pro-vocar reúne al hombre en el establecer. Esto reuniente concentra al hombre a establecer lo real como constante” (pág. 128). Aquello que es una interpretación provocante, que reúne al hombre a establecer el desocultar como constante es lo que Heidegger llama “lo dispuesto”. Este es el nombre “estrambótico” que le dará a la esencia de la técnica moderna.

“Dis-puesto significa lo reunidor de aquel poner, que pone al hombre, esto es, lo provoca, a desocultar lo real en el modo del establecer en cuanto lo constante. Dispuesto significa el modo del desocultar que impera en la esencia de la técnica moderna y qué mismo no es nada técnico.” (pág. 130)


Lo dis-puesto encierra la palabra “poner” que se entiende como pro-vocar pero a su vez este nos lleva a otro “poner” que deja aparecer lo presente en el desvelamiento. Ambos modos del poner (re-poner producente / establecer pro-vocante) están unidos por ser modos del desocultar: “en lo dis-puesto acontece apropiadoramente el desvelamiento, conforme al cual el trabajo de la técnica moderna desoculta lo real como constante”.  El hombre es pro-vocado en la era de la técnica a desocultar que lo vincula a la naturaleza como un almacén de energías. Este comportamiento establecedor del hombre muestra el origen de la ciencia natural, experimental y exacta. Un ejemplo es cómo la física es experimental, no porque en sus investigaciones acerca de la naturaleza emplee instrumentos sino porque ella “pone” teóricamente a la naturaleza como conexión calculable de fuerzas con el fin de averiguar se anunciará y cómo lo hará. La ciencia está al servicio de la técnica moderna donde la teoría física moderna prepara el camino para lo que es la esencia de técnica. Aquella es anunciadora y precursora de lo dis-puesto que es a su vez históricamente muy antiguo. El imperar de lo dis-puesto, entonces, pro-voca a la física moderna a que su ámbito de representación quede inintuido pues se exige el establecimiento de la naturaleza como constante. La física no puede desligarse de la concepción dada por la esencia de la técnica donde la naturaleza se anuncia dentro del cálculo establecible y que sea igualmente establecible como un sistema de informaciones. La idea fundamental de Heidegger en este aspecto es que la esencia de la técnica moderna se encuentra en lo dis-puesto y por ello necesita aplicar la ciencia natural exacta, opuesto completamente a la idea de concebir la técnica moderna como ciencia natural aplicada. 


FUENTE: Heidegger, Martin. “La pregunta por la técnica”. En: Filosofía, ciencia y técnica. Op. cit., p. 113-148.