domingo, 13 de diciembre de 2015

LA FINAL DEL MURO (Cuento)*




Atravesó con rapidez las aulas del primer piso y pensó inmediatamente en las escaleras. Aún faltaban cinco minutos para que inicie el recreo y comience a extenderse la noticia por todos los salones. Tenía que darse prisa. Lo que sucedió en el baño de varones al comenzar la mañana pronto sería objeto de ironías y murmuraciones en torno a ella y él, las apuestas —todas desfavorables— correrían de un lado a otro durante el intermedio y el cambio de profesores. No había remedio, el desafío estaba hecho.
Volteó ligeramente la cabeza cuando estaba a punto de bajar las escaleras y pudo ver el reflejo de su rostro en las ventanas del segundo “A”: se vio sudoroso y agitado: “¿cómo reaccionará?”  Los alumnos del segundo “A” seguían con impaciencia la clase de Historia del profesor Rodríguez. La llegada promisoria del recreo generaba una atmósfera de expectativa en el aula que contrastaba con el ambiente de aburrimiento y sopor que envolvía el rostro regordete del profesor. Los alumnos, removiéndose en sus asientos, seguían los movimientos indolentes de aquella figura informe que, indiferente, continuaba mencionando nombres y fechas, y una serie de datos que nadie recordaría después del examen. “Falta poco para el recreo”, pensó.
Bajó de tres en tres las escaleras y tuvo cuidado en pasar silenciosamente por la oficina del auxiliar que continuaba sellando mecánicamente los cuadernos de asistencia.
Pudo llegar al pabellón de Primaria, y empezó a caminar con mayor tranquilidad. Se dirigió entonces al punto de reunión de todos los días. Pero antes de esto, antes de dirigirse a la biblioteca donde se encontraría con Chamba y Nizama (que lo esperaban con sus respectivas ironías), apareció ante él la imagen de Marlene que lo atormentaba una vez más: “te quiero, en verdad te quiero, el idiota de Rudy…”
—Pero aquí tenemos a nuestro retador —declaró Nizama en tono solemne al notar la presencia de Mario—, ¿listo para el encuentro de hoy?
—No lo jodas, Nizama —su rostro marcado por el acné expresaba sinceridad—, somos sus amigos y tal vez él no quiera…—Chamba le dirigió una mirada tímida e interrogativa y dudó en terminar la frase—, tal vez no quiera…
—Yo quiero romperle la boca a ese imbécil —Mario aclaró en voz baja pero firme, tratando de disimular su indignación, indignación que no se reducía a lo que había escrito Rudy sobre ella en el baño, sino también en el recuerdo doloroso de cómo ella y sus amigas correspondían a las bromas obscenas de éste, “¿acaso no se lo merecía?”
—Al contrario él te la va a romper a ti. Rudy es capaz de pegar a uno de quinto como si nada, —Nizama agrandó los ojos en señal de admiración golpeando con el puño la palma de su mano. Sonrió— ¿recuerdan lo del flaco Avellaneda?
—Sí, claro —declaró Chamba con gesto elocuente— Casi lo destroza. Por algo su viejo enseña artes marciales en la municipalidad, ¿recuerdas su foto con el alcalde?
—Si nosotros no hubiéramos aparecido en el baño, ahorita no estarías entre nosotros —rió Nizama y se persignó—, ahorita estaríamos celebrando el funeral y consolando a la pobre viuda, ¿te imaginas?
—¿Qué viuda? —preguntó Mario intuyendo la respuesta.
—¿Quién más? —Insistió Nizama divertido— Marlene. Nadie se ofende tanto por una chica y sobre todo frente a Rudy. Todo el mundo sabe que te mueres por ella.
—Mentira —dijo Mario con voz nerviosa—, sólo me jode que ese retrasado mental haya escrito esas asquerosidades en el baño. Lo hubiera hecho por cualquiera.
—No mientas —apoyó Chamba— todo el mundo lo sabe. Yo vi cómo te incomodabas la noche pasada cuando el cholo José empezó a hablar de las piernas de Marlene. Hasta aseguró que las había tocado. Casi lo matas con los ojos, ¿manyas?
Mario encogió de hombros y pensó en ella.
“Fue la primera vez que la vio verdaderamente, la primera vez que la miraba a plenitud, claro, habían compartido la misma aula el primer año pero nunca se había acercado. Tenía que hacerlo, el examen se acercaba y necesitaba el cuaderno. Caminó lentamente hacia ella como si no pensara en lo que hacía, y, mientras trataba de salir de esa maraña de palabras desordenadas y frases sin sentido, pudo ver la claridad de sus ojos, esa tranquilidad única en sus ojos, mientras ella continuaba allí, moviendo la cabeza de un lado a otro, en gesto interrogativo. Él recordó, mientras Marlene seguía escrutándolo con la mirada, algo que le pareció gracioso, casi cómico, casi ridículo, pero que, poco a poco, parecía cobrar realidad. Vio en ella, en sus ojos claros, en aquella sonrisa inolvidable, en la elasticidad de esa chica linda que le encantaba las clases de gimnasia, la figura de su gato, los maravillosos ojos de su gato, al que tanto había querido, al que, en su posición de esfinge, lo observaba desde la ventana de su habitación, siempre elegante. No logró terminar lo que había iniciado, lo que le hubiera gustado que iniciara desde ese día, pero logró conseguir el cuaderno, ¡y eso ya no importaba! Lo que importaba es que ya la había comenzado a distinguir, como si por arte de magia se hubiera transformado ante sus ojos: su cabello, que siempre le había parecido de un color pajizo a la distancia, y del que se había burlado en alguna ocasión, se convirtió de pronto en algo más dorado que el sol, hecho de oro puro; su caminar, que tenía alguna tendencia a semejarse a la de un pato, se convirtió de pronto en el andar propio de princesas europeas o de aquellas modelitos “Top” de revistas de moda; su risa, que siempre le había parecido algo estentórea, ruidosa, la sentía ahora musical y perfecta. En fin, estaba enamorado.”
—Oye, en qué piensas —preguntó Nizama mirándolo con curiosidad.
—En nada —contestó Mario—, en qué voy a pensar.
Una imagen persistente en su cerebro: La imagen de Marlene recostada en su pupitre leyendo sus últimas notas de clase. Maravilloso. “¿Alguna vez me atreveré?”
                Después de unos segundos agregó:
—Sí, estoy templado de ella.

***
Las sonrisas paternales se sucedieron entre Nizama y Chamba, acompañados con un gesto de aprobación e innumerables codazos. A Mario le pareció increíble haberlo dicho, pero al sentir la complicidad de sus amigos se sintió bien. Sabía que ellos le podrían ayudar.
—Pues felicitaciones, Don Juan —celebró Chamba alzando su botella y empinándosela— ahora tienes que conseguir la cabeza de Rudy  y dársela como trofeo de guerra.
— ¿Quién le va a cortar la cabeza a quién? —preguntó Nizama—. ¿Mario a Rudy o Rudy a Mario?
—Pues Rudy a Mario. Y eso no va a ser nada divertido a la vista de Marlenita ¿no?— comentó Chamba divertido.
—Me va a humillar frente a todos a la salida. Eso no me importa, sino que ella…
—Entonces no te presentes y listo —aconsejó Nizama.
—No soy un cobarde —dijo Mario con desgano—, no lo puedo hacer. Todo el mundo me lo va a echar en cara.
— ¿y?
—Si pudiera ser en otro lugar y a otra hora…—dijo Mario en un tono bajo y pensativo.
—Entonces —dijo Chamba agarrándose su agudo mentón— sólo te queda trepar el muro antes de que termine la clase. Así no te va agarrar.
—Apenas toque el timbre la gente te va a empezar a joder, no va dejar que te vayas rápido.
—Sólo te queda salir antes.
Mario dirigió la mirada al cielo y empezó a sentir una especie de vértigo. Sólo quería que ella no estuviera.
—Sí, iré por el callejón y treparé el muro, ¿me ayudan?

***
El ruido escandaloso del timbre empezó a invadir todos los salones y acompañó a los tres en su descenso de la biblioteca. Los alumnos entraban en tropel a sus salones. La segunda advertencia ahora era sólo acompañada por el ruido estruendoso de las escaleras. Ellos caminaron silenciosos entre las aulas de primaria y en poco tiempo llegaron al pabellón de secundaria. Subieron al segundo piso (su salón estaba al final del pasadizo), pero antes de esto, se encontraron con la figura de Tolomeo, o mejor dicho, Tolomeo Tolentino —pues ese era su nombre completo— con una sonrisa en el rostro y una extravagante mirada llena de satisfacción por saber todo lo ocurrido. Sabían que no habría necesidad de contarle nada pero sí de solicitar su ayuda.
Después de explicarle los detalles de la próxima fuga, le pidieron, ya que él se encontraba en la sección “A” y era la excepción a ese grupito de niñitos bien, que guardara las cosas de Mario durante las clases, mientras él procuraba salir con algún pretexto de la otra sección y disimular así su salida. Nadie tendría por qué sospechar. “Lo mejor será que sólo le pidas salir al baño al profesor Medina ¿no?, y que sea un poco antes de la salida, es lo mejor, y así nadie sentirá tu ausencia”. Tolomeo los acompañó hasta la sección “B” y entraron dirigiéndose al final de la fila. Él trató de concentrase en guardar sus cosas pero no pudo evitar imaginar que Marlene estaba al otro extremo del salón con sus amigas, ajena a todo lo ocurrido. Trató de controlarse y se dirigió rígido a la puerta, “¿acaso no sabe lo que hice?”
—Bueno —dijo Chamba contemplando todo el pabellón de secundaria— el profesor no ha llegado. Sería excelente irnos ahora.
—Medina te tiene mucho aprecio —dijo Nizama—, te dejará salir al baño sin problemas.
Mario no tenía ningún interés especial por las matemáticas, pero tenía una inclinación natural por ellas. Veía los problemas más complicados como simples sumas o restas, ganándose el afecto del profesor.
—Sí, tienes razón —confirmó Mario—, pero necesito a alguien que me ayude a trepar.
—Yo te ayudaré —contestó Chamba.

***
Salieron. Tocaron de inmediato la puerta de la sección “A” y Tolomeo le entregó sus cosas. El profesor de esa hora no sospechó ya que le explicó que estaba enfermo. No había tiempo que perder. Mario y Chamba avanzaron rápidos y cautelosos por los pasadizos, bajaron las escaleras y fueron detrás del edificio de secundaria. Este edifico y la muralla que rodeaba toda la periferia del colegio formaba una especie de callejón algo estrecho, lleno de sillas y mesas destartaladas, oxidadas por la humedad.
—Tienes que subir por aquí —recomendó Chamba volteando a cada momento la cabeza.
Mario empezó a subir con mucho esfuerzo mientras Chamba intentaba impulsarlo para que se agarrara con la parte final de la pared. “Es un buen amigo”, pensó.
Mario aún recordaba, aunque el recuerdo parecía lejano, aquel día en que se volvieron verdaderos amigos, aquel día en que, al unísono, propusieron al resto de compañeros jugarle una broma a “colibrí” Fernández.
                Las últimas horas de los días viernes correspondían al curso de Educación física, y el lugar usual donde se realizaba la clase era el patio del pabellón de primaria —en ocasiones tenían que salir y darle algunas vueltas al colegio, pero generalmente era allí—, todos debían llevar el uniforme plomo obligatoriamente, sobre todo los lunes y viernes que eran días de formación, por lo que tenían que cambiarse unos minutos antes de que comience la clase. Las chicas, durante el cambio de horas, se dirigían automáticamente a su baño y los chicos, y así siempre era, optaban por cambiarse en el salón. Todos se desvestían con tranquilidad, salvo algunas bromas hacia algunos chicos que eran demasiado flacos como los perros del barrio, o excesivamente gorditos como… Pero en ese instante se daba algo que ya se estaba haciendo ritual: el strip-tease de “colibrí” Fernández. Subiéndose a la mesa del profesor, “colibrí”, con una sonrisa descarada, empezaba a desvestirse lentamente haciendo movimientos sexualoides hasta quedar sólo en calzoncillos. Al principio, atrajo llamativas risas y aplausos, pero, poco a poco, fue perdiendo la gracia y se fue convirtiendo en algo rutinario, por lo que muchos se retiraban antes de que terminara la función. Sin embargo, “colibrí” insistía aún sus dotes de baile, pues aún le parecía gracioso. Todos aceptaron entonces la propuesta de Mario y Chamba de jugarle una broma y hacer justicia. El primer viernes del mes, mientras “colibrí” terminaba su actuación, quitándose con soltura sus últimas prendas, Chamba, deslizándose sigiloso por detrás de la puerta, logró apoderase de toda su ropa y correr hacia la salida. Al ver la emboscada “colibrí” lanzó un chillido escandaloso que inundó todo el salón pero no pudo salir: los demás compañeros ya habían cerrado la puerta.
“Colibrí” Fernández sólo logró salir —y vestirse— hasta dos horas después.

***
Mario, en sus deseos por subir, resbaló y sintió el crujido de las carpetas.
—Apúrate que el auxiliar puede venir —le pedía ansioso Chamba—, coge la parte de allá, es más seguro.
— ¿Este? —preguntó Mario, que aún podía ver las diversas inscripciones en la parte baja de la pared, y recordó de inmediato la figura de Marlene.
— Sí, y luego te sostiene de ese ladrillo.
Haciéndolo así, Mario pudo ver la inmensa pampa que era la cancha del colegio, “con un gras sería excelente”. La pelea tenía que ser ese día y era mejor que fuera en la tarde, tal vez en los videojuegos Hidalgo, donde todos alumnos del Perú-EE.UU se reunirían y donde él podría demostrar que no era ningún cobarde a pesar de la paliza que iba recibir.
—Te veo en las “fichas” a las  tres —dijo dispuesto a saltar—, dile al profe que me siento mal y que aún sigo en el baño. Ya van acabar las clases, no se va a molestar.
Saltó. Sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo concentrándose luego en el cerebro. “Lo hice”, pensó. Sonreía de satisfacción a pesar de saber lo que sucedería en la tarde. Pero se sentía bien, Marlene no tendría que ver su humillación, nadie hablaría mal del él si perdía y a ella le llegaría la noticia del hombre valiente que defendió a su amada…, sin embargo esa sonrisa se transformó de pronto, como un gol al último minuto, en resignación: recostado en un poste, Rudy lo miraba sarcásticamente, fumando un cigarrillo para relajarse, dispuesto a esperar la salida y humillarlo frente a la chica que quería y que había originado toda esta trama.
Mario imaginó entonces a un lindo gato, aquel gato de la infancia que tanto había querido, con sus rayas de leopardo y sus ojos mágicos, y supo que estaba perdido para siempre.

Álex Romero Meza

Lima, 20 agosto del 2005

* Cuento ganador de los Juego Florales 2005, Universidad de San Marcos, Facultad de Educación. Jurado: Oswaldo Reynoso.

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