sábado, 19 de noviembre de 2011

Ética y Universidad


Uno de los mejores modelos educativos de todos los tiempos, tanto a nivel escolar como universitario, fue el sistema escocés de fines del siglo XVIII. Esta es una tesis osada y discutible, pero tengo razones para sostenerla.
Solo por recordar algunos nombres que procedieron de ese período, uno podría mencionar a Thomas Hume y Francis Hutcheson, dos de los más grandes filósofos de cualquier época; a Adam Smith, uno de los padres de la economía moderna así como pensador de las ciencias sociales y morales; a Thomas Reid, uno de los filósofos más innovadores de ese período; a sir Walter Scott, el fino escritor y poeta. Se podría mencionar más nombres, aunque sería innecesario.
Pero ¿qué hicieron los miembros de la llamada Scottish Enlightenment para merecer estos elogios? Por lo menos dos cosas: por una parte, mantuvieron una tradición de fomento y respeto a la libertad intelectual, solo comparable con Holanda, donde se permitía investigar prácticamente cualquier tema, con la certeza de que, si la investigación es buena, no nos alejará de la verdad sino que nos acercará a ella. Muchos años después, a comienzos del siglo XXI, el filósofo estadounidense Richard Rorty estableció un principio que debe guiar nuestra vida académica: “Usted cuide la libertad, que la verdad se cuidará a sí misma”. En efecto, mientras haya libertad para leer, estudiar e investigar, la verdad se irá revelando progresivamente, pues es imposible ocultarla. La mejor manera de impedir el conocimiento de la verdad es intentando protegerla mediante mecanismos de censura. En el siglo XVIII, los intelectuales que no querían ser perseguidos por sus ideas, como Descartes o Spinoza, tenían que huir de sus respectivos países, donde su lectura estaba prohibida, y se instalaban en Holanda y, en menor medida, en Escocia, donde no solo no se les incomodaba por lo que pensaran sino que se les protegía de sus perseguidores.
Lo segundo que hicieron los escoceses y que permite que ahora los recordemos con respeto fue desarrollar un sistema educativo meritocrático que tuvo como objetivo formar, con niveles de excelencia, a todos los estratos sociales, no solo a las élites económicas más poderosas, como ocurría en toda Europa y como había venido ocurriendo desde la creación de la Academia platónica y el Liceo aristotélico de Atenas, probablemente las instituciones de educación e investigación precursoras de los que posteriormente serían los primeros centros académicos. Como es sabido, desde que existen sociedades con estratos sociales diferenciados en función de criterios económicos, la educación ha estado en manos de los grupos más favorecidos y ha tendido a perpetuar las diferencias sociales y económicas, no solo manteniendo en la ignorancia a los grupos más pobres, con lo cual se impide tácitamente su ascenso social y su participación en las decisiones políticas colectivas, sino también elaborando complejas justificaciones ideológicas sobre por qué es necesario y conveniente que así sea.
Pero volvamos a Edimburgo. A comienzos del siglo XVIII, Escocia era probablemente el país más pobre de Europa occidental. Sin embargo, para 1750 los escoceses tenían el nivel de analfabetismo más bajo de Europa, de aproximadamente 25%, tenían el mejor sistema universitario de ese continente y, aunque eso pueda ser más discutible, quizá de todo el mundo. Ese sistema universitario hizo algo radicalmente novedoso, pues consideró deseable educar a todas las clases sociales, lo que generó un sistema meritocrático en el que el hijo de un campesino podía tener la misma educación que el hijo de un banquero. Eso nunca se había hecho, porque la educación estaba en manos de los grupos más afortunados, quienes consideraban riesgoso educar a los pobres, ya que ello podría tener como consecuencia la necesidad de competir con ellos. Esto produciría mayor movilidad social y, por tanto, haría que la vida fácil se pudiera hacer dura, esto es, tanto como la de los pobres. Ese sistema educativo no se estableció en Inglaterra; por el contrario, mientras Escocia era, para la época, el paradigma de la movilidad social y la meritocracia, Inglaterra lo era del inmovilismo social y de la brecha entre clases, que solo se atenuó después de la Segunda Guerra Mundial.
Es necesario preguntarse por qué Escocia tuvo este régimen tan diferente del de sus vecinos. Seguramente hay muchas causas que lo explican, pero una particularmente importante fue la Reforma y, especialmente, la presencia del calvinismo. Siendo esta denominación cristiana particularmente democrática y cuestionadora de las jerarquías que imponen su punto de vista sin defenderlo mediante razones, la sociedad escocesa, en sus diversos estratos, se acostumbró a dudar de los argumentos de autoridad, y convirtió en un hábito el dar y exigir razones para aceptar algo. El calvinismo fue llevado por los escoceses a otras latitudes, como por ejemplo a los Estados Unidos por los presbiterianos, influyendo notablemente en sus sistemas sociales y educativos.

Es lamentable tener que reconocer que la sociedad peruana, en términos educativos y universitarios, está en peores condiciones que Europa hace trescientos años. El peruano pobre pasa los primeros años de su vida malnutrido, con lo cual su cerebro no se desarrolla con su mayor potencial. Como estudia en un colegio estatal con mínimos recursos, normalmente no puede acceder a una universidad y, en consecuencia, no consigue un trabajo competitivo, de forma que permanece tan pobre como los fueron sus padres y sus abuelos. Un niño criado en una familia económicamente holgada, por el contrario, estará bien alimentado, asistirá a un nido que reforzará sus habilidades, estudiará en un colegio que le permitirá acceder a buenas universidades y, como lógica consecuencia, podrá conseguir un trabajo bien remunerado. Así se perpetuará la brecha entre pobres y ricos, casi independientemente del talento natural que tengan los jóvenes y del empeño que hayan puesto en su trabajo. Sin duda hay excepciones, pero no se negará que esta es una regularidad que vale para la mayor parte de peruanos.
La educación peruana no es pero debe ser un instrumento de movilidad social que favorezca a los más talentosos y esforzados, no a quienes carecen de estas virtudes y tienen solamente la suerte de haber nacido en una familia que pudo pagarle una educación a la que la mayor parte de peruanos no puede acceder. El Perú debe abandonar el modelo educativo elitista que ahora tiene, para acceder a uno meritocrático, en el que los jóvenes más trabajadores e inteligentes tengan una educación con estándares internacionales. Por lo menos en lo que respecta a las universidades, y en contra de lo que suele creerse, eso es perfectamente realizable. Habría que empezar con que el Estado decidiera aumentar y controlar correctamente los presupuestos de las universidades nacionales, estableciendo criterios estrictamente académicos de contratación de los profesores, fomentando la investigación, y dando becas completas, que incluyan mantenimiento, vivienda y alimentación a grupos selectos de jóvenes de todo el país. Si, además, el Estado financiara posgrados para esos mismos jóvenes, en las mejores universidades del mundo, en dos generaciones tendríamos una élite intelectual que no tendría nada que envidiar a las élites intelectuales de un país desarrollado, con la ventaja adicional de que estos muchachos procederían de diversos estratos sociales y económicos, con lo cual se apresuraría el deseable e inevitable proceso de cambio social que, lentamente, ya está ocurriendo. El Estado peruano está en perfectas condiciones para hacerlo; si no se hace es porque no existe el interés, no porque no se pueda. Hay que notar que con un buen sistema educativo, muchos países lograron salir de la pobreza.
Impartir una educación universitaria de calidad que fomente la movilización social es tarea del Estado, aunque, por diversas razones eso no se llega a cumplir en el país. Es curioso que una universidad privada, como la PUCP, haga lo que tendría que estar haciendo el Estado, que es educar, con niveles de excelencia, a las clases menos favorecidas para facilitar el cambio social meritocrático. Actualmente, más de la mitad de los estudiantes de nuestra Universidad está en las escalas económicas más bajas, es decir, no cubren con sus boletas de pago el costo real de su educación. Esto solo se puede hacer porque el objetivo último de la PUCP es la creación y transmisión de conocimientos y cultura, no el lucro, y porque tiene un eficiente sistema de administración de sus recursos.
Pablo Quintanilla
Artículo completo aquí.

1 comentario:

  1. Se Habla tanto y se escribe tanto, queridísimo Alex,sobre la calidad educativa y el privilegio que tienen los ricos de una buena educación y por ende, seguir ostentando el poder justamente porque son ricos y siempre fueron ricos...entonces en que momento de la historia se hizo algo distinto? Sólo hubo algunas excepciones como Escocia por ejemplo y algunas intenciones como en el Perú con sus fracasadas reformas educativas y ya lo manifiesta Salazar Bondy (y tú lo sabes muy bien), la educación en el Perú es alienante y estatíca temerosa de cambios posibles porque obviamente no convienen a los intereses de la élite, al conformismo y la mediocridad de la gran mayoría de docentes.

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