El símil de la línea, al ser la forma cómo Platón nos presenta los distintos niveles de conocimiento, revela cuál el estatus epistemológico y ético que posee la tradición poética como las convenciones sociales en su filosofía. La crítica que ejercerá Platón de la poesía, las convenciones sociales y la sofística se deberá a lo alejados que están tales experiencias de lo que el filósofo llamó la forma del bien o el bien en sí.
La forma del bien es la máxima instancia donde la verdad, belleza y bondad confluyen, es decir, nivel donde guardan unidad y armonía. Es por eso que podríamos afirmar que disciplinas como la estética, la ética y la epistemología son ramas de la metafísica para el filósofo de la Academia. La ética es la ciencia del bien en sí mismo que, partiendo del símil de la línea nos ubica a nivel de la episteme y no de la dóxa. Y es en esta última donde ubica Platón la tradición poética y las convenciones sociales considerándolas como expresiones de lo contingente y variable y, por tanto, carentes de verdad (de la posibilidad de llegar al conocimiento verdadero por medio de estas prácticas o experiencias). Recordemos que Sócrates consideraba como condición de la vida buena el conocimiento de aquello que se llama lo beneficioso, lo saludable, lo placentero, es decir, de los principales “conceptos éticos”. Platón seguirá la influencia de su maestro considerando que el que conoce la forma del bien podrá ser considerado “bueno”. Es así que el filósofo será, por sus dotes intelectuales, el llamado a gobernar, organizando la vida de todos los ciudadanos, de tal manera que la forma del bien se realice en ellos en la mayor medida posible. Es él el llamado a conocer el por qué y el para qué de la conducta justa.
La tradición poética se ubica dentro de la eikasía, es decir, el nivel más alejado del conocimiento supremo. Aquí se presentan una de las formas del conocimiento sensible donde la realidad inmediata aparece doblemente distorsionada, pues aquí se da la mera percepción de las sombras y reflejos, espacio de las imitaciones imperfectas de la realidad. La poesía, ya sea la épica o trágica, son para Platón una fuente de mentiras que perjudican el alma de los ciudadanos pues exacerba y exalta sus pasiones sin permitir que la razón —la prudencia— permita reordenar las contradicciones de aquellas almas en “pleno estado de confusión”. Los poetas mienten en torno a los dioses dándoles el rótulo de incontinentes, imperfectos e infieles, llevan a los hombres a artificiales sensaciones de placer o dolor, y consideran que somos sujetos de la fortuna sin capacidad para alguna forma de control.
“Si en cambio recibes a la Musa dulzona, sea en versos líricos o épicos, el placer y el dolor reinarán en tu Estado en lugar de la ley y de la razón que la comunidad siempre juzgue mejor” (La República, 604d).
Las convenciones sociales y la sofística, ambos en el territorio de la pístis o creencia, carecen de todo sustento racional pues pertenecen al mundo de la acción y sensación, donde las tradiciones se sustentan por la ignorancia y donde los sofistas aceptan la ausencia de verdad con un terrible relativismo moral pues, a decir de Platón, la verdad y el conocimiento son ajenas al dominio de lo variable y contingente.
Se puede ver que Platón es contrario a la ética heredera de la tragedia pues niega que en las experiencias presentadas en las obras de los poetas podamos reconocer el bien mismo. La ética es teórica y no una disciplina práctica que puede recoger experiencias particulares, poniéndonos en este caso en el lugar de los personajes, para el discernimiento ético y una vida buena. La phrónesis que, en el ethos anterior, se aplica y amolda a situaciones eventuales, se asume en Platón como una sabiduría que no parte de tales vivencias sino como conocimiento unívoco de la forma del bien o bien en sí.
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