El sujeto
educativo no es solo una categoría propia de la filosofía de la educación o de
la ciencia pedagógica, sino que remite a nuestra propia condición de sujetos
que aprenden y enseñan o enseñan y aprenden. Sabemos que la educación puede ser
formal e informal y es en ambas dimensiones en que la dinámica de aprender y
enseñar (o a la inversa) se da plenamente entre los sujetos. Nosotros
aprendemos espontáneamente –e inconscientemente— a través de la imitación para
luego, por medio del lenguaje, poderlo transmitir a nuestros semejantes.
El acto de
aprender para enseñar se puede dar de una manera sencilla: una niña(o), por
ejemplo, que, llegando a casa, quiere compartir lo que aprendió en la escuela;
dicha actitud se produce por diversos motivos —la aprobación de sus padres, el
simple deseo de expresarse, etc.—, pero logra consolidar lo que aprendió al
verbalizarlo. Muchas personas afirman que la mejor forma de arraigar en el
aprendizaje es enseñándoselo a otros. En otras palabras, la enseñanza conduce a
un aprendizaje sólido si es que el sujeto es capaz de enseñárselo a otros. Si
esta posibilidad (el enseñar) se convierte en acto, su aprendizaje será más
significativo.
A la ciencia
pedagógica el concepto que le es propio es el de “enseñanza” pues el concepto
de “aprendizaje” —íntimamente vinculado al primero— pertenece a la psicología.
La pedagogía estudia este acto intencional (enseñar) para buscar los mejores
caminos en el aprender. Sobre el enseñar los maestros se saben de memoria una
frase irónica “el que sabe, sabe, el que no, enseña”, que encierra una falsedad
hiriente, pero también una verdad: ni un maestro —ni nadie— sabe completamente
una disciplina, por lo que estudiar para una clase y enseñarlo a sus semejantes
le permite ahondar y perfeccionar su saber, ver sus matices y sus problemas,
además de encontrar los mejores modos de comunicarlo a los otros.
El conocimiento se hace real transmitiéndolo.
Es cierto que
la duplicidad Enseñanza – Aprendizaje o Aprendizaje – Enseñanza no resulta
inconmovible: existe aprendizaje sin enseñanza —recuerdo la maravillosa escena
de 2001 Odisea en el espacio[1] en
la que un proto humano descubre la herramienta (y después lo enseña a sus
semejantes y se convierte así en un instrumento de supervivencia social) —y
también existe enseñanza sin aprendizaje (imaginemos la clase de un profesor
principiante que no logra que sus alumnos aprendan realmente). Sin embargo,
recordemos que la enseñanza (como acto intencional y teleológico) apunta al
aprendizaje y, si no se logra, solo señala una realidad defectiva y, por lo tanto,
corregible.
La enseñanza
se piensa y se realiza para que los sujetos aprendan. Las posibilidades de este
par conceptual (Enseñanza-Aprendizaje) son ilimitadas: el maestro aprende para
enseñar y trasmite su forma de aprender a sus discípulos; el discípulo enseña a
sus congéneres y consolida su saber y, además, al no existir una brecha
generacional con sus pares, lograr que su explicación sea más clara con
analogías y referencias más comprensibles entre ellos.
Al enseñar,
maestros y discípulos llegan a tener un conocimiento más certero sobre su
propio saber. Es en el ámbito intencional de la enseñanza – aprendizaje (la
educación formal) donde la realidad del sujeto educativo se debe aprovechar.
Los profesores deben brindar espacios de interacción entre los estudiantes para
que este acto maravilloso de “enseñanza entre pares” se dé plenamente porque el
discípulo se convierte así en maestro y enseña a sus semejantes y al mismo
maestro. Por otro lado, el docente, consciente de su condición de sujeto educativo,
asumirá que su modo de aprender y concebir el conocimiento puede convertirse en
una forma unilateral en la que el alumno deba aprender su lección. Al respecto,
lo dicho por el filósofo y educador Augusto Salazar Bondy (1978) resultan ser
clarificador:
"Dicho
de otro modo, solo se educa quien puede ser educador. Cuando haya máquinas
educadoras habrá máquinas educadas. Nótese que esto quiere decir que hay en la
educación no solo un rasgo de auto perpetuación sino, también, que se requiere
reflexividad y reciprocidad, porque en la medida en que alguien es educado por
otro puede ser educador de su educador y educador de sí mismo" (p. 11).
En conclusión,
resulta fundamental concebirnos sujetos autónomos en esa dinámica vital de
aprender para enseñar / enseñar para aprender que es propia de todos los
miembros de la comunidad educativa.
Alex Romero M.
Bibliografía
Freire, P. (2017). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
McCourt, F. (2006). El profesor. Maeva.
Rancière, J. (2003). El maestro ignorante. Laertes.
Salazar Bondy, A. (1978). La educación del hombre nuevo. Paidós.
Steiner, G. (2004). Lecciones de los maestros. Siruela.
[1] Comparto el enlace de esa maravillosa escena de la película de Stanley Kubrick https://www.youtube.com/watch?v=yZ0qJ1KngWg