Alex Romero M.
“‘¿Cómo he de vivir?’ no significa ‘qué tipo de vida debo yo realmente vivir?’. Es precisamente por esto que la pregunta de Sócrates constituye un punto de partida distinto al de otras preguntas (…) sobre el deber o sobre una vida en la que uno deba ser bueno. Puede que sea igual a la pregunta que se interroga por la vida buena, es decir, por una vida que vale la pena vivirse; sin embargo, en sí misma, esta noción no conlleva ninguna pretensión de naturaleza característicamente moral” (Ética y los límites de la filosofía, Bernard Williams, p. 19).
Para Bernard Williams la pregunta de Sócrates “¿Cómo se ha de vivir?” resulta ser trascendente desde el punto de vista de la ética, pues nos lleva a considerar “nuestra propia vida como un todo y que lo hagamos desde cada aspecto de esta totalidad” (pág. 19). Es, por tanto, una pregunta sobre nuestros propios cursos de acción, más allá de que estos configuren necesariamente una vida buena o, menos aún, una vida que se explica sólo en términos de obligaciones y deberes. Las consideraciones o razones que determinan nuestras maneras de vivir en el mundo pueden ser de distinta naturaleza, siendo la ética el lugar donde confluyen muchas de estas motivaciones por ser ella un espacio carente de delimitación y cuya vaguedad hace de ella ajena a cualquier justificación unívoca de la vida práctica. Es por ello que gracias a esta pregunta se puede establecer un contraste entre las consideraciones éticas y morales.
Al afirmarse que la pregunta de Sócrates no es equivalente a preguntas como “¿Cuál es nuestro deber?” o “¿qué tipo de vida debo yo vivir realmente?” se nos está tratando de decir que a comparación de preguntas que llevan como supuesto el cumplimiento de un deber u obligación determinadas (deontología), las razones que encauzan nuestra acción no se restringen a un solo principio universal. Williams reafirmará que la ética es un corpus complejo que se condice con la totalidad de una vida plenamente humana, enriquecida con los distintos criterios prácticos que se han cosechado a lo largo de la historia (pluralismo ético). Esto en comparación con la tendencia que busca reducirla al campo específico de la moral cuyo sistema se basa en el cumplimiento de principios universales en cualquier momento de la vida y que de esta forma adquiera el rótulo de “valiosa” o “buena”.
“Si hay algo así como la verdad de la materia ética —la verdad, podemos decir, de lo ético en cuanto tal— ¿por qué habría de ser esta expectativa algo simple? En particular, ¿por qué ha de ser conceptualmente simple empleando sólo uno o dos conceptos éticos tales como deber o un buen estado de cosas?” (Pág. 32)
La moral para Williams resulta ser insuficiente para contestar la pregunta de Sócrates a cabalidad ya que ella asume requisitos que no posee la moral, por ejemplo, el de admitir otros cursos de acción (hay que tomar en cuenta que “deber” en Sócrates se entiende como posibilidad) como aquellos que no estamos obligados a realizar. El absolutismo de la moral lleva a considerar ciertas formas de acción como buenas o malas de manera invariable, traduciendo cualquier manifestación humana en esos únicos términos: lo moral y lo no moral. Si bien el autor considera que hablar en términos de obligaciones o deberes resulta también justificable (las promesas, por ejemplo), no lo es el hecho reducir todas las consideraciones o descripciones del hacer humano a determinados imperativos categóricos, a fórmulas que declaran las acciones como buenas en sí mismas. La ética no se puede restringir a un sistema de obligación moral.
Por otra parte, resulta evidente que este contraste entre las cuestiones éticas y el enfoque moral, tal como lo afirma Williams, nos lleva a dejar la relación de inclusión que existe entre ambas. La moral es un subsistema de la ética ya que existen “exigencias” de carácter ético que solo se pueden afrontar a cierto “cuidado universal”, es decir, aquello que se cumple para toda la especie humana, o más allá de ella, y que pertenece al ámbito de la moralidad.